Al igual que en los animales, la reproducción sexual en las plantas requiere de la unión de dos gametos (femenino y masculino), los cuales se producen en los órganos sexuales de las plantas: estambre y estigma, respectivamente.
Dichos gametos haploides se suelen juntar por la acción de insectos o medios polinizadores (como las abejas), que transportan el polen lleno de gametos de una planta a la otra, permitiendo así la fecundación. En otros casos el viento cumple ese rol, sobre todo para los hongos, musgos y helechos que también poseen reproducción sexual mediante esporas.
Una vez fecundada la planta con el polen de otra, dentro de la flor se produce un cigoto que reúne los caracteres genéticos de sus dos progenitores (variabilidad sexual) y que eventualmente es recubierto con una coraza protectora, constituyendo una semilla.
Entonces, en las angiospermias, se crea un fruto a su alrededor, para que los animales lo coman y la transporten a otros lugares alejados de la planta progenitora, o bien se liberará las semillas al medio ambiente, para que germinen donde consigan las condiciones idóneas y el ciclo pueda volver a empezar.
De cada semilla germina una sola planta, cuyo genoma es único y distinto al de las demás semillas de su camada.